Historias y Leyendas: La fábrica de oro
Hace mucho tiempo vivía en una aldea cercana del río Mekong un tal Nai Ha. Amaba el oro mas que cualquier otra cosa en el mundo. Nai Ha tenía una esposa e hijos, más gastaba todo su tiempo en el secreto de fabricar el oro. Y bien temprano terminó con gastar su dinero en experimentar como obtenerlo, a tal punto que no fue capaz de mantener la familia. La esposa de Nai Ha no soportando mas tal situación, fue a lamentarse con su padre. Este hizo llamar a Nai Ha. No le gritó, más bien con voz suave, gentilmente, le dijo: -Mi querido Nai Ha, hasta hoy yo no sabía que tú eras así dedicado a las artes mágicas. Como sabes, también desde muchísimo tiempo me interesa lo mismo. Quiero confiarte un secreto mío: he logrado finalmente como obtener oro. Todo excitado y lleno de curiosidad Nai Ha le rogó a su suegro le revelara aquel secreto maravilloso que ya era el único fin de su vida. -¡Ay de mí! – exclamó el anciano suegro – a todo lo que me falta hasta hoy para fabricar el oro. Me falta una cosa, más soy un anciano para procurármela. Si, solamente, tú quisieras ayudarme... -¡Ciertamente que te ayudare! Aseguró Nai Ha que ya se sentía el dueño de la fábrica de oro. – dime solo aquello que debo hacer. -¡Bien! Yo estoy dispuesto a desvelarte el secreto con el pacto de que colabores. Lo que necesitamos son tres kilos de aquella pelusa que crece bajo las hojas de banano o cambures. Atención: las hojas que tomaras aquellas pelusas deben ser de los árboles de bananos que tu mismo has plantado y cultivado en tus campos. Cuando hayas recogido bastante pelusa, tráemela, juntos haremos el oro. Nai Ha quedó tan feliz que corrió a su casa y enseguida narró a la esposa el pacto estipulado con el suegro. El día después la familia estaba comprometida a plantar árboles de bananos o cambures. Con el tiempo las plantas crecieron, y con mucho cuidado Nai Ha sacaba de cada hoja la ligera pelusa. Estaba tan concentrado en el proyecto que ni se daba cuenta que la esposa y los hijos recogían los bananos y cada día los llevaban a vender al mercado de la aldea. Después de 3 años de intenso trabajo, Nai Ha había recogido poco más de medio kilo de pelusa: un trabajo fatigoso, más, él no tenía otro pensamiento sino nada mas el del oro que un día, con el padre de la esposa habría fabricado. Finalmente después de 10 años, Nai Ha había logrado recoger 3 kilos de la blanca pelusa que le había pedido el suegro. La puso en un cesto y se la llevo al anciano. -¡Bravo! ¡Bueno! Veo que has seguido, al pie de la letra, las instrucciones y que has trabajado con compromiso extraordinario – lo alabó el suegro. -Ahora no queda que una cosa que hacer: Abre por favor la puerta allá en el fondo. Nai Ha se precipitó hacia la puerta y quedo como paralizado a la vista de tantos pedacitos de oro que había en la mesa, destellaban al sol. Alrededor de la mesa, sonrientes sentados la esposa y los hijos de Nai Ha. -Este es el que hemos ganado vendiendo nuestros buenos bananos en estos 10 años dijo amablemente la esposa de Nai Ha. -Nai Ha, eres un hombre rico de verdad – se congratuló con el rostro satisfecho el suegro – ahora regresa a casa y continua junto a tu esposa e hijos cultivando bananos. En todos estos años has aprendido a transformar los bananos en oro.
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